EN LA ORBITA DE FRANCESC MIRALLES
Ayer asistí a la presentación del último libro de un buen amigo. El acto tuvo lugar en una pintoresca tetería del Raval, un rincón tan peculiar como el propio autor. El local desbordaba de vida: había tantas almas curiosas que no todas encontraron asiento. La velada comenzó con una entrevista en público, conducida por un psicólogo que, además de amigo, parecía estar en sintonía perfecta con el autor.
Francesc Miralles, con su característica humildad, respondió a cada pregunta con una mezcla de sabiduría y cercanía que hipnotizaba a los presentes. El público, encantado, asentía entre murmullos aprobatorios.
El clímax llegó cuando el psicólogo propuso una improvisada terapia grupal: invitar a los asistentes a definir al escritor con una sola palabra. Las respuestas no se hicieron esperar: humano, sabio, generoso, empático, fiel, reflexivo, humilde, bondadoso... Cada término parecía construir un mosaico de virtudes que, sumadas, delineaban un retrato casi místico.
En conclusión, según los asistentes, Francesc no es solo un escritor, sino algo más: un sabio cargado de bondades. Y no seré yo quien discrepe.
Francesc es, sin duda, una persona singular. Es amigo de sus amigos, un anfitrión atento y generoso, y un viajero insaciable que parece desafiar las leyes del tiempo y el espacio. Difícilmente permanece más de una semana en Barcelona, su teórico hogar. Su vida transcurre entre aviones y escenarios: da conferencias, presenta libros, imparte seminarios y se deja llevar por el puro placer de viajar.
En la contraportada de su última obra, Escrito en la Tierra, el editor lo describe con sobriedad:
“Francesc Miralles es autor de numerosos libros de éxito internacional y periodista especializado en psicología y crecimiento personal. Colaborador habitual de El País, la Cadena SER y la revista CuerpoMente, sus obras han sido traducidas a más de 70 idiomas, destacando títulos como Ikigai, que ha alcanzado los primeros puestos en listas de Estados Unidos, Reino Unido, Holanda, India y Turquía.”
Lo que esa descripción no alcanza a capturar es su faceta más humana. De joven, Francesc soñaba con componer bandas sonoras; la música es su gran pasión, aunque nunca he comprendido de dónde saca el tiempo para sentarse al piano y dar vida a nuevas melodías. Tampoco entiendo del todo su otra pasión: ser un sherpa para escritores, siempre dispuesto a guiar a los demás en sus trayectorias creativas.
Y es que Francesc no sabe decir no. Esta palabra simplemente no existe en su vocabulario. Posee una capacidad innata para conectar con personas de todos los rincones del mundo, lo que explica su interminable red de amistades internacionales. No es de extrañar que abra su último libro con una cita de Carl Gustav Jung:
"No importa lo aislado que estés y lo solo que te sientas.
Si haces tu trabajo de forma verdadera y consciente,
amigos desconocidos vendrán en tu busca."
Esa frase encapsula su esencia.
Nos conocimos personalmente hace más de quince años, cuando vivía en un modesto piso en la calle Tagamanent, junto a la Plaça Raspall, en el corazón del barrio gitano de Gràcia. Allí organizaba cenas y encuentros que reunían a una fauna diversa de amigos y lectores. Más tarde, se mudó a un amplio piso modernista en la Rambla del Prat, donde su espíritu de anfitrión se expandió aún más.
Ahora vive en un espectacular loft en la calle Tallers, junto a Anna, su inseparable compañera, y sus gatos, que parecen contemplar desde las alturas cada tertulia como testigos silenciosos. Ese loft es su refugio y, al mismo tiempo, un centro de encuentro para los que tienen la suerte de orbitar en su universo.
Estoy convencido de que, dentro de unos años, Francesc seguirá organizando veladas, ya sea en este planeta o en una galaxia lejana. Quizás desde dentro de un agujero negro, descifrando los secretos del cosmos mientras nos invita a compartir un té y una conversación inolvidable.
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