¿DEBERIA FIGURAR CARLOS PAZOS EN EL RECORD GUINNES?
Antes de empezar, debo confesar que soy absolutamente un fan de Carlos Pazos.
Para mí es el artista español vivo más singular y autentico, aunque no todo el mundo esté de acuerdo con esta opinión.
“Voy a hacer de mí una estrella” fue el título de una exposición suya de 1976 en la Sala Vinçon de Barcelona.
Y qué duda cabe que ese título fue absolutamente premonitorio. Carlos Pazos hoy es una estrella con todo el reconocimiento oficial, incluido el Premio Nacional de Artes Plásticas de 2004, y dos exposiciones retrospectivas del año 2007, en los dos museos más importantes del estado. El Reina Sofía en Madrid y el Macba en Barcelona.
Durante cincuenta años la obra de Carlos ha tenido y tiene una coherencia abrumadora. Prácticamente todos los críticos de arte y historiadores del país así lo reconocen. En cambio, su obra nunca ha sido bien aceptada por los coleccionistas, aunque sus exposiciones siempre atrajeron multitud de visitantes.
Quizás el problema es que su obra siempre ha estado construida con materiales que no son habituales. Las obras de Carlos fundamentalmente son collages, instalaciones y esculturas hechas con objetos vulgares, a menudo banales y con un cierto aire kitsch. Materiales que no se usan habitualmente para construir lo que todo el mundo reconoce como una obra de arte. Además, el sentido del humor que desprenden sus piezas, sumado a su sarcasmo natural, impiden que los coleccionistas entiendan toda la gran carga poética de su obra igual que les cuesta entender y aceptar el carácter de un artista tan especial.
En este sentido, debo matizar que Carlos es un trabajador infatigable, pero al mismo tiempo es un adolescente de setenta y cinco años que vive intensamente, amando y odiando al mismo tiempo el mundo en el que vive. Carlos ama a Elvis Presley, los boleros, y a los Sex Pistols, a Salvador Dalí, Walt Disney y a Andy Warhol, a Marcel Proust y a Charles Bukowski, y odia profundamente la mediocridad y lo políticamente correcto.
Me gusta definir a Carlos como un nuevo doctor Jekyll y míster Hyde, ya que al igual que el personaje creado por Robert Louis Stevenson, Carlos es al mismo tiempo un rebelde y un dandi.
Un curioso crossover, que quedo perfectamente reflejado en “Milonga” una obra suya de 1980, que no ha dejado de inquietarme desde que la vi por primera vez.
La poesía y la ferocidad que emana de su trabajo nunca es ajena a su personalidad. Quizás por ello, Carlos vive en Francia desde hace más de veinticinco años. En un apartamento en Paris reconfortado por su éxito pero sufriendo los avatares de un mercado que le ha negado vivir dignamente de su trabajo. Una paradoja digna de figurar en el Récord Guinness.
O, ¿no?
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